Un
comentario de actualidad.
El
próximo 10 de Octubre, se cumplirán
ciento cincuenta años del inicio de nuestras guerras por la independencia
nacional. Largo ha sido el camino iniciado por Carlos Manuel de Céspedes en La
Demajagua en 1868 y continuado por los
hombres y mujeres del pueblo que lucharon contra el colonialismo, el
capitalismo y la ingerencia yanqui contra nuestro país.
La intervención militar de los Estados Unidos
en Cuba con la imposición de la Enmienda Platt y el posterior control de
nuestros recursos económicos nos convirtió en colonia yanqui bajo la égida de
una República manejada por politiqueros serviles a las pretensiones imperiales.
Aquel Tratado de París, en el que realizaron las negociaciones con España para
apoderarse de Cuba, no tuvo en su mesa a
la representación de nuestros mambises, que fueron apartados a un lado, sin tomar en cuenta que habían derramado tanta
sangre en la manigua por la libertad de la Patria. No tomaron tampoco en cuenta
que nuestros próceres no eran personas
incivilizadas, en su época muchos de ellos como Carlos Manuel de
Céspedes e Ignacio Agramonte, eran abogados con conceptos plenos del derecho y
muy conscientes de una siembra republicana para acabar con el dominio de España
en Cuba.
En
la Asamblea de Guáimaro se cimentaron elementos propios de nuestra percepción
jurídica porque, aunque no perfecta, consolidó el paso a una constitución que
marcó la senda de nuestra civilidad, marcó los elementos indispensables para
una marcha hacia la cultura de una república y para trazar las concepciones de
nobles ideas.
El
propio José Martí sabía del daño terrible del regionalismo, el caudillismo, la
indisciplina, las ambiciones espurias y otros males que denotaban falta de la
necesaria civilidad para la consolidación de una República con todos y para el
bien de todos.
La
Constitución de MIL 940 fue una letra muerta en una seudorrepública que jamás resolvió los problemas de la
pobreza, la desigualdad, ni encontró caminos para la solución de los problemas
de las grandes masas populares.
Con
el triunfo revolucionario de Enero de MIL 959 la gran batalla fue la de consolidar
el cumplimiento del Programa del Moncada, a la par del esfuerzo supremo tras la
conquista de las libertades públicas y
la democracia política. Fue la Declaración de La Habana el antecedente de la
proclamación del carácter socialista de nuestra Revolución pues desde aquella
gran reunión del Pueblo de Cuba, la nación era socialista en su aspiración
suprema.
Es el mismo pueblo que hará suya, con conciencia y dignidad supremas la aplicación de la misma para que se convierta en la brújula fundamental. El país no puede dar un solo paso en falso. El imperio tendrá que ver, en lo adelante, la perfección de la sociedad cubana con el orden, la dignidad y la honradez que defendemos y defenderemos siempre. La nueva Constitución, sin lugar a dudas será expresión de la DIGNIDAD Y FORTALEZA DE LA NACIÓN CUBANA.
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